TINTERO
No sé si puede considerarse un vicio o una adicción, pero desde muy pequeño el olor a tinta es capaz de activar mis endorfinas.
Y es que si entre las habilidades del escritor Paco Ignacio Taibo II estaba la de acertar, por su sabor, la planta donde se había embotellado su cocacola, yo reconocía únicamente por su olor si el tebeo que tenía en mis manos estaba impreso por la editorial Bruguera, la Editorial Valenciana o, de forma mucho más sencilla, por la editorial mexicana Novaro. Los tiempos cambian, y lo mismo que los tebeos han sido rebautizados con nombres más «dignos» (cómic, novela gráfica), las tintas y papeles se han globalizado, y aunque ya no consiga adivinar la procedencia, aspirar su olor sigue siendo lo primero que hago cuando compro un libro o una revista.

ESTEBAN MONTORIO URIBARREN
Me dedico al diseño gráfico, a la comunicación visual, vivo en Bilbao y disfruto con mi trabajo.


“Guardaré celosamente un tintero para no perder la tinta.”

Puede que su poder de enganche se deba a que en sus orígenes estaba formada por pigmentos negros procedentes de productos calcinados, entre ellos la madera de viña, disueltos en líquido, agua o vino. Así que no nos debería de extrañar que la imprenta de Gutenberg sea una adaptación de las prensas utilizadas para exprimir el jugo de la uva en la elaboración del vino.
Pero la tinta, y por supuesto sus borrones, siempre me ha acompañado. La que fabricaba nuestro maestro de forma casi mágica disolviendo unos polvos en agua. La de los populares bolígrafos cuya publicidad nos proponía dos escrituras a elegir. La de aquellas rudimentarias «vietnamitas» o de sus hermanas mayores, las ruidosas multicopistas, igualmente impregnadas del negro y viscoso líquido.
La que nosotros llamamos tinta china (pero que como todo depende del lugar desde donde miremos) los anglosajones llaman indian ink.
Y cómo no, la de los cientos de libros en cuyo proceso de elaboración he participado.
No deberíamos de perder el espíritu de los trabajadores de la industria gráfica que nos han precedido bajo el nombre genérico de «tipógrafos», y que aunque tan negros y sucios que parecían salidos del infierno, eran más cultivados y críticos que el resto. De aquellos obreros del libro que han sido durante varios siglos, una clase especialmente peligrosa a ojos de las autoridades.
Así que, en estos tiempos más aparentes que reales, guardaré celosamente un tintero para no perder la tinta como he perdido la posesión del fuego. Y es que desde que dejé de fumar ya no llevo mechero.

Publicado en la revista Gure Liburuak 46
2015eko uda
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