Hace unos días, mientras daba un paseo intentando oxigenar la mente y recargar las pilas, me di de bruces con este cartel colocado en la puerta de un supermercado de una gran cadena de distribución.
Me llamó la atención por la elección de su tipo de letra, la conocida como tipografía vasca. Mi entorno diario está saturado de rótulos comerciales y toldos que utilizan dicha tipografía, es más, fuera de nuestras fronteras la conocen como «letras de bar», pero es raro encontrarla en un texto tan largo.
Y es que por mucho que se haya intentado hacer una traducción de lo rural a lo urbano, del martillo y el cincel al ordenador, los resultados de esos intentos de actualización de esta tipografía han sido decepcionantes. Incluso bochornosos en el caso de la tipografía Bilbao perpetrada por un cotizado diseñador madrileño para el Ayuntamiento de la villa.
Existen tipografías o clasificaciones tipográficas cuyo nombre nos llevaría a pensar que son equiparables a nuestra letra vasca, y más aún en estos momentos de reivindicación del derecho a decidir. Pero nada más lejos de la realidad, la Roman Scotch o escocesa es una clasificación tipográfica basada en unas fuentes tipográficas creadas, sí, en Edimburgo en el siglo XIX pero desarrolladas sobre todo en los Estados Unidos y cuya función principal es ser usada con papel e impresión de poca calidad: especialmente libros baratos y periódicos. Precisamente por ello, hoy en día siguen siendo muy utilizadas en prensa.
Tampoco las llamadas egipcias tienen relación con la Primavera Árabe o con los antiguos jeroglíficos. Son aquellas que tienen remates redondeados o cuadrados, pero tan gruesos como el trazo y rasgos uniformes o con muy poca variación de grosor. Se crearon también a principios del siglo XIX y su nombre viene de la campaña napoleónica en aquel país.
Incluso Suiza a dado nombre a nuestra admirada Helvética que paradógicamente se ha convertido en la más internacional de las tipografías.
Pero aquí, como en tantas otras facetas, nos estamos quedando con la forma olvidando el fondo, lo que realmente nos identifica, que es el idioma, en nuestro caso el euskera, y que este tiene que ser «hablado» con los diferentes registros de la vida, si me apuran hasta con la odiada Comic Sans, para seguir existiendo con buena salud.
Dejemos que la antigua tipografía siga identificando las tabernas vascas aunque estén en Barcelona y su especialidad sea la paella.
Publicado en la revista Gure Liburuak 42. 2014ko uda