Es muy común oír a nuestros vecinos que la receta para curarnos de nuestros “males” es que viajemos más y conozcamos otras culturas. Siempre me he preguntado cómo siendo el vasco uno de los pueblos que más se mueve por el mundo, seguimos todavía tan “enfermos”. Hasta que en un reciente viaje por el lejano Oriente he descubierto su forma de viajar.
Coincidí con uno de nuestros “cosmopolitas” vecinos, hombre viajado que se alojaba en un hotel internacional a escasos metros del recinto ferial al que ambos asistíamos, y aunque llevaba más de un día en el País del Sol Naciente (a más de 15.000 Km. de su tierra y con una diferencia horaria de siete horas), su reloj seguía marcando la hora de la Puerta del Sol. Y es que para viajar, como Vázquez Montalbán pone en boca de su personaje Biscuter, hay que cumplir el precepto marxista: en cada lugar comer su pan y beber su vino.
En este viaje descubrí y me he enamoré del diseño y la belleza de la escritura china (kanji en Japón). El hecho de no poder leerlos se convierte en ventaja para disfrutar de la simultánea sensación de equilibrio y movimiento de los trazos de la que podemos considerar como primera manifestación de arte abstracto del mundo. Cada signo corresponde generalmente a una palabra con lo que la lengua escrita utiliza unos 6.000 caracteres, aunque en los diccionarios pueden aparecer más de 50.000.
La costumbre de escribir verticalmente, puede proceder de que la base sobre la que se escribían los antiguos pictogramas eran tablillas, trozos de bambú e incluso huesos.
Si la escritura ha sido el vehículo mayor de la civilización, el más complejo, el más sutil, el más discreto, la escritura china nos muestra mejor que ningún otro aspecto la originalidad de la cultura que la creó. Esta singularidad se convirtió en factor de atracción para muchas sociedades orientales, incluido Japón, que acabaron adoptando esta forma de escritura. El hecho de que, a pesar de los cambios fonéticos, los pictogramas hayan permanecido casi intactos hasta el día de hoy, permiten el acceso a las obras del pasado.
Buscando más información sobre esta forma de escritura sin letras en la que los calígrafos comparten con los pintores sus herramientas: los pinceles y la tinta (china por supuesto), compuesta por negro de humo de madera de pino, laca, liga y perfume; he descubierto, en letra pequeña y columnas olvidadas, otra gran mentira de quienes viajan sin cambiar sus relojes y mentes de hora. Todos rendimos honores a Gutenberg cuando hablamos de la imprenta y sus galaxias, pero lo cierto es que los chinos se le adelantaron varios siglos en su invención, lo cual no debería de extrañarnos ya que habían descubierto el papel dos siglos antes de nuestra era.
Al principio usaron la imprenta de tipos fijos, planchas de madera sobre las que se pegaba un papel fino con el dibujo de las grafías, de modo que el grabador pudiera efectuar una reproducción exacta del texto; este procedimiento permitía hasta 15.000 copias con una sola plancha entintada. Las hojas impresas se unían formando un gran rollo de lectura horizontal. Éste es el formato del primer libro impreso en el mundo, en el año 868, el Sutra del Diamante, que tenía 5 metros de largo y estaba formado por siete rollos de papel unidos entre sí. Un ejemplar de este libro se encuentra en Londres, en la British Library. En cuanto a los libros impresos en volumen, tal y como los conocemos ahora, eran corrientes en Asia central en los siglos VI y VII, y no tardaron en popularizarse en toda China.
La primera imprenta de tipos móviles fue inventada hacia el año 1040 de nuestra era y constaba de caracteres individuales de arcilla que se fijaban a una plancha de madera con borde de hierro. Los tipos se podían reutilizar fácilmente, ya que se almacenaban en una rueda agrupados según su empleo. En el siglo XIII fueron sustituidos por tipos de madera.
Y es que desde hace muchos siglos, en China, se ha tenido a la escritura en gran estima; la palabra civilización wen es la misma que se emplea para designar los conceptos «modelo» o «letra escrita».
[Publicado originalmente en la revista Txalaparta Letras & ideas 20. Otoño 2003]