«El diseño no es necesario, es inevitable»

Ronald Shakespear (diseñador argentino)

Durante estos días se puede visitar en el antiguo almacén de vinos de Bilbao una exposición sobre el nuevo diseño italiano. Eso sí, para que no tengamos dudas de lo que en ella vamos a ver, bajo el título The New Italian Design 2.0. Los comisarios de esta muestra nos hablan de que el papel del diseño «ya no se limita simplemente a resolver problemas estéticos, sino más bien a inventar nuevos productos, nuevos mercados y nuevas economías». Vamos, la piedra filosofal.

Y es que se sigue vendiendo una falsa idea de lo que realmente es el diseño uniéndolo bien a productos artísticos, estéticos, de lujo, e incluso inútiles; bien a nombres mediáticos como el del diseñador de la propia Alhóndiga de Bilbao, Philippe Starck. Una cosa es la grandilocuencia de las capitalidades del diseño y otra la casi siempre anónima, pero eficiente, práctica de nuestro oficio. Estoy a favor de la experimentación y el ensayo como métodos de avance en cualquier disciplina. Pero el diseño, sea gráfico o de producto, debe  aportar soluciones a los problemas que se nos plantean, de la forma más creativa, de la forma más atractiva, pero soluciones.

Como paradoja, a escasos metros de esta exposición, podemos encontrar varios ejemplos de lo que ocurre cuando falla el diseño en lo cotidiano.

El primero nos lo toparemos en un supermercado cercano. Si accedemos a su ascensor, en el que únicamente tenemos tres posibilidades (aparcamiento, salida a la calle y acceso a la tienda), podemos entrar en trance intentando adivinar a qué opción corresponde cada botón.

Para padecer el segundo, basta con que nos aventuremos en cualquiera de los aparcamientos públicos de la zona, donde encontrar nuestro coche se convierte en una tarea cercana a la de un explorador en la selva virgen, debido a la falta de una señalización adecuada que nos facilite la búsqueda.

Y para terminar, si entramos en alguna farmacia cercana para comprar uno de los productos estrella de estos tiempos de recortes (los llamados genéricos) nos encontraremos, posiblemente, con un medicamento del mismo nombre pero distinta forma, color y envase al de nuestra anterior compra, con los inconvenientes que ello conlleva sobre todo para sus consumidores crónicos, que generalmente son nuestros mayores.

Todos ellos, problemas que un diseño adecuado debería solucionar fácilmente, sin grandes artificios, sin grandes estrellas, de forma anónima, al igual que lo hacen los miles de cocineros de a pie (tendría que haber escrito cocineras) que sin hidrógeno seco ni deconstrucciones y demás parafernalia, han hecho de la gastronomía un atractivo de nuestro país.

Con profesionalidad y amor al oficio.

 Publicado en la revista Gure Liburuak 37. 2013ko udaberria

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