Casi todo lo que nos rodea, tiene marca, desde la barra de pan de cada día, hasta la pieza más pequeña de nuestro vestuario. Es más, en el deporte profesional ya no sólo los equipos ciclistas se conocen por el nombre de la marca que los patrocinan, sino que los equipos de baloncesto han pasado a llamarse por el nombre de la empresa privada que pone el dinero. Con lo cual, dentro de algún tiempo pocos recordarán, por poner un ejemplo cercano, que teníamos un equipo llamado Baskonia. Y si miramos en nuestro entorno, veremos que no tenemos la exclusiva del cambio de nombre de los estadios deportivos a favor de los “paganos”. En Alemania, no solo encontramos equipos de fútbol con nombre de marca de analgésico, sino que ya tienen grandes y modernos estadios deportivos con nombre de compañía multinacional de seguros.
Una de las facetas de mi trabajo como diseñador gráfico, es la de creación de marcas, al menos en su forma gráfica. Por ello, por lo que llaman deformación profesional, me fijo en todo lo relacionado con ese bosque de logotipos que nos rodea.
Hace algunos años, al ir a secarme las manos en los servicios de un centro comercial no lejano al Campus de Leioa, el corazón me dio un vuelco. Y es que el aparato que expulsaba el aire caliente sobre mis manos llevaba el logotipo fatídico de aquellas otras máquinas infernales que 60 años antes sembraban fuego y muerte no lejos de allí: el logotipo de Junkers. El bombardeo de Gernika y aquella guerra que llaman civil, siempre ha estado presente en mi entorno familiar, y siempre he sabido (hasta en aquellos tiempos en los que, quienes todavía hoy mantienen en su poder medios de comunicación, nos contaban que Gernika la habían incendiado en su huida los desalmados “rojos”) que quienes la bombardearon fueron los aviones de la Legión Cóndor. Y entre ellos, tal y como nos lo relata George L. Steer en su libro El árbol de Gernika los bombarderos más pesados que Alemania envió a aquella guerra, los toscos Junkers 52. Hoy, miles de hogares de Euskal Herria se calientan en invierno con calderas con el mismo logotipo que aquellas máquinas de guerra.
Hace algunos meses vi un documental sobre campos de concentración de mujeres en la Alemania nazi. Supervivientes de aquel horror, sobre todo mujeres alemanas contrarias y combatientes contra aquel régimen, contaban sus experiencias y recuerdos. Una de ellas, una menuda comunista alemana, decía que se le encogía el alma cada vez que veía un anuncio o un cartel de la marca Siemens, ya que ella había sido durante años una de las esclavas de las que, la hoy floreciente y tecnológicamente avanzada marca, se había surtido en las mazmorras del Tercer Reich. Y además, decía no entender como esa marca seguía todavía viva y reconocida después de los horrores a los que ella, pero no otras, había sobrevivido.
Pero no tenemos que irnos muy lejos, al menos geográficamente. Entre las empresas privadas españolas que tuvieron a su servicio como trabajadores forzados (esclavos) a prisioneros políticos del franquismo figura en lugar muy destacado y constante Dragados y Construcciones.
Ésta, junto a otras empresas privadas, se lucró con el trabajo forzado y gratuito de gran número de prisioneros políticos por espacio de más de dos décadas, fundamentalmente en la construcción de pantanos.
En general, no es fácil conseguir una buena imagen de marca. Sin embargo, algunas han logrado, sin cambios de nombre, y con muy pocas variaciones en sus logotipos, un reconocimiento y permanencia en el mercado, difícil de comprender si conocemos su pasado.
[Publicado en la revista Txalaparta Hitzak & ideiak 28. 2005ko udazkena]