Hay cifras que tienen la capacidad de entristecerme. Y en este caso no estoy hablando de los números rojos de mi cuenta corriente sino de los datos del estudio sobre “Hábitos de lectura y compra de libros en 2003”, realizado por encargo del Gremio de Editores de Euskadi y el Departamento de Cultura del Gobierno Vasco. En él se nos indica que más de un 41% de la población de Euskadi no lee nada o casi nada, y un 15% lo hace de forma ocasional. Todo ello sin tener en cuenta la tendencia general a mentir en las encuestas para parecer mejores de lo que somos (aunque en lo referente a la lectura no tengo muy claro que reconocer que no leemos este realmente mal visto). Y aquí no nos deberían de valer comparaciones con los datos de nuestros vecinos del sur, sino con aquellos pueblos con índices de lectura mucho mayores que el nuestro.
Entre el resto de la población, los que leemos, algunos amamos al libro no sólo por su contenido, sino como objeto, llegando en algunos casos a intentar personalizarlo.
Para ello se utiliza el ex-libris, que es una marca de posesión que el propietario de un libro coloca en su interior como símbolo de pertenecia. Puede ser de varios tipos, bien un papel, de formato generalmente rectangular, donde se graba, mediante los más variados procedimientos y técnicas de reproducción, manual o mecánico, desde un sencillo monograma hasta las más acabadas composiciones. Este papel se adhiere generalmente en el reverso de la cubierta del libro.
Otra de sus formas, es la de un sello que se presiona, con la ayuda de un tampón, en una o varias hojas del libro.
En ambos casos, figura la palabra ex-libris (que se podría traducir como “de los libros de”) y el nombre del propietario.
El origen y evolución del ex-libris van ligados a los del libro mismo, a su historia, a la génesis de las bibliotecas… A través de él, se puede seguir la pista de los descubrimientos y avances de las técnicas de impresión, el desarrollo de las artes decorativas con sus oscilaciones referentes al gusto, y revelar, al mismo tiempo, datos singulares sobre la psicología individual del propietario, el afán de notoriedad e incluso la magia del coleccionismo.
El nacimiento del ex-libris como tal (hay antecedentes en plaquetas de tierra cocida y esmaltada propiedad del faraón Amenofis III) data de la Edad Media, y donde primero se implantó la costumbre de fijarlos en los libros fue en Alemania. A partir de ese momento, se comenzó a generalizar esta práctica entre las élites nobles e ilustradas europeas, que no dudaron en aplicar a los libros sus monogramas, divisas y blasones, la mayoría de ellos grabados por la técnica xilográfica al hilo, incluso coloreados a mano.
Es curioso que en bastantes ocasiones, el nombre del titular no es mencionado, y ello se explica por el hecho de que el aprendizaje de la ciencia heráldica formaba parte de la educación de todo gentilhombre, quien podía así perfectamente identificar y leer un blasón.
El renacimiento del ex-libris moderno, se debió a la mano del tipógrafo William Morris y al movimiento inglés de Arts and Crafts, protagonistas de la recuperación en las artes del libro de las técnicas tradicionales y de la elevación de las artes decorativas, hasta entonces consideradas artesanales, al rango de artísticas. Ello supuso el acercamiento de los artistas hacia esta especialidad que antes desdeñaban como obra menor. El ex-libris abandonaba así la decadencia en que se hallaba sumido para recrear todo tipo de ensayos gráficos en la órbita del Modernismo.
Actualmente, y entre nosotros, no es facil encontrar ex-libris, esperemos que estas líneas despierten el interes por su utilización. Pero en todo caso pongamos los medios para que se lea más, aunque sea sin ex-libris.
[Publicado en la revista Txalaparta Hitzak & ideiak 23. 2004ko udaberria]