Todos los años por estas fechas, tengo que diseñar varios calendarios, algunos de ellos incluyendo las fases lunares. Hasta hace algún tiempo, compraba el Calendario zaragozano para saber en qué fechas estaríamos en creciente, en menguante o cuándo la luna nueva jugaría al escondite con nosotros. Sin embargo, en estos últimos tiempos, me resultaba más fácil teclear «calendario lunar» en cualquier buscador de intenet para acceder instantanemente a decenas de ellos, ¡qué comodidad! Pero hace unos días, cuando tenía varios modelos preparados para mandar a la imprenta, en una última comprobación, me di cuenta de que las lunas ¡eran las de este año que termina!, nueva búsqueda en la red, nuevas comprobaciones… ¡y todos eran clones! distintos diseños, distintas imágenes… pero repetían el mismo error. Así que, rápido viaje a la papelería del barrio, y otra vez entre mis manos el barato y fiable Calendario zaragozano, con el mismo diseño y color de portada que el que veía en mi infancia en el caserío de mis abuelos. Tras corregir el desaguisado lunar, me fijé en que la pequeña guía llevaba por subtítulo Almanaque El Firmamento.

Evocadora palabra, almanaque, de origen árabe (¿seremos moros bajo la niebla?), al-manãkh, que significaba «el clima», se ha utilizado tanto referida a las publicaciónes anuales (aún recuerdo los almanaques de los tebeos que iluminaron mis primeros inviernos), como a los calendarios con datos astronómicos, meteorológicos, religiosos…

Y es que, al ser humano, siempre le ha preocupado el transcurso del tiempo, y su medición y organización cronológica. Según wikipedia (pongo el dato en cuarentena, tras mi experiencia lunar) en la actualidad coexisten unos cuarenta calendarios diferentes, pero es el llamado Gregoriano (que debe su nombre al papa católico Gregorio XIII) el usado mayoritariamente en todo el mundo. ¡Con la Iglesia hemos topado! De los pocos calendarios experimentales que han intentado eliminar las referencias religiosas, el único que tuvo algo de éxito fue el republicano francés (1792 – 1806), en el que los años siempre empezaban en el equinoccio de otoño, tenían 12 meses de 30 días cada uno y sus nombres adoptaban denominaciones de fenómenos naturales y de la agricultura: vendimia, bruma, escarcha, nieve, lluvia, viento, semilla, flor, pradera, cosecha, calor, fruta… La fecha más famosa de este calendario es  la que da título al escrito de Karl Marx, El 18 de brumario de Luis Bonaparte. La novela de Émile Zola Germinal, así como el plato «Langosta a la termidor», también toman su nombre de este calendario.

Pero lo cierto es que no solo regulamos nuestro tiempo con bula papal, sino que todas las fiestas «de guardar» de nuestro calendario actual (con la honrosa excepción del primero de mayo) siguen estando bajo el paraguas de alguna religión de libro único, llámese este Biblia o Constitución.

Publicado en la revista Gure Liburuak 36. 2012ko negua

Pin It on Pinterest